Familia Rubino

Legado de amor por la tierra

El vino en Mendoza surge gracias a cientos de familias productoras que a lo largo de los años plantaron, labraron, hicieron fermentar el jugo de las uvas que cultivaron y luego sirvieron mesas y sobremesas, año a año sin parar.

Pero cada historia es diferente, y la nuestra nace del canto de una mujer que se oía entre las vides. Contaban que con su voz tenía el poder de atraer al viento para sanar a las plantas enfermas y de fortalecer a las pequeñas bayas con sus canciones en pleno sol de enero.

Se decía que durante la primavera tocaba melancólicas melodías para que broten lágrimas de los sarmientos y que hacía ruborizar a las uvas con palabras de amor para que se produzca el envero.

Mujer de la tierra, domadora de los vientos, aquella que tiene la gracia, aquella que llaman Delfina.

Primero fue una mujer, después llegaron las generaciones que brotaron de sus raíces y que hoy llevan intacta en la sangre la pasión por hacer grandes vinos.